martes, 21 de diciembre de 2010

Relato

Entré en una cabaña para descansar. Había pasado la noche en vela corriendo por el bosque, ocultándome de las criaturas. Respiré hondo una vez sentada en el suelo. El polvo acompañado de un olor a humedad y madera podrida, invadió mis pulmones haciéndome toser repetidas veces. Observé cómo los rayos de Sol jugueteaban con los bultos de la habitación.
Cerré los ojos un instante. O eso me pareció... nada más un instante.
Cuando quise darme cuenta, no pude abrir los ojos. Mi cuerpo se resistía y mi mente se alejaba poco a poco.
A pesar de esto, divisé a lo lejos una escena particular: una típica familia tomando el té en un típico comedor inglés con un niño algo atípico. Sonreía de forma muy tierna pero su mirada estaba perdida en algún punto de la habitación.
Abrí los ojos de sopetón. Ya no estaba en la cabaña, sino en un cementerio frente a una tumba. Quité la nieve de la lápida y me senté de la impresión. En ella aparecía mi nombre escrito pero sin fecha. Alcé la cabeza, el niño estaba allí.
-Vente conmigo -dijo con voz dulce-. Te están esperando.
Su sonrisa desapareció dando paso a unos afilados y grandes dientes. Se abalanzó sobre mí con un gran salto.
Grité incorporándome en la cama. Respiré aliviada. Solo había sido un sueño. Me levanté y miré por la ventana. Todo estaba negro, no había nada. Algo me hizo darme la vuelta. El mismo niño estaba allí, con su sonrisa y su mirada perdida.
-Bienvenida a mi mundo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario