Podía sentir tu corazón acelerado y tus lágrimas chocar contra mi hombro. Habías dicho que querías estar solo, pero sentía que necesitabas más que nunca un abrazo. Y entonces fue cuando tus ojos no aguantaron ni un segundo más. No me importaba que estuvieses llorando, porque sabía que lo necesitabas. Me importaba que no sabía el motivo de esas tristes lágrimas.
-Lo siento -dijiste una vez separados mientras te secabas los ojos y secabas mi hombro con tus dedos.
-¿Por qué lloras?
-Por nada.
-¿Y por qué no lloras?
Una leve sonrisa apareció en tu triste rostro. Te sentaste en el alfeizar de la ventana.
-Es una bobada.
-No puede ser una bobada si te hace llorar.
Permanecimos callados unos segundos hasta que, con un suspiro, comenzaste a hablar.
-Estoy enamorado.
-Oh -me impresioné; nunca hubiera imaginado que llorara por eso- ¿Y es bueno o malo ese amor?
-Malo -se te entrecortó la voz-. Vivimos muy lejos.
-Bueno -me senté a su lado-, si ella te quiere de verdad la distancia no importa. Siempre os podéis ver de vez en cuando.
-Es demasiado lejos. Y no sé si ella me quiere, al menos como la quiero yo a ella.
-Pregúntaselo. Estoy seg...
-¿Me quieres?
El corazón me dio un vuelco de repente. Tus ojos verdes me miraban a la espera de una respuesta. Nunca te había dicho que le quería, al menos no de aquella forma. Pero sí, te quería. Te quería mucho. Mi corazón te hizo un hueco cuando escuché tu voz por primera vez unos meses atrás.
No sabía que decir. ¿Me preguntabas aquello para ponerme aprueba? ¿Sabías que yo estaba enamorada de ti?
-¿Me quieres? -repetiste algo más bajito.
-Sí -susurré apenas dejando que acabaras de hablar.
Me bajé del alféizar y anduve con la intención de irme. La madera crujía bajo mis descalzos pies y el frío envolvía mi piel.
No tardé en sentir el calor de tus dedos sobre los míos y la suavidad de una caricia en mi cintura. Mis pies se detuvieron al instante, sin yo tener que ordenarles nada. Mi cuerpo giró para no darte la espalda.
Nuestros ojos se encontraron: ya no llorabas, pero un brillo de tristeza se podía apreciar todavía en tu mirada. Acercaste su cara a la mía para intentar besarme.
-No puedes besarme -miré hacia otro lado.
-¿Por qué? ¿No me quieres?
-Te quiero. Te quiero mucho. Pero si me besas... Todo cambiará. La gente se enterará y querrá apartarme de ti. Y eso sí que no podría aguantarlo.
Haciendo caso omiso de mis palabras, me giraste la cara colocando dos de tus dedos en mi barbilla y me besaste.
Sin poder evitarlo, dos lágrimas recorrieron mis mejillas.
-Te quiero -me susurraste-. Y eso es para mí más que suficiente razón para tenerte junto a mí.
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