
La habitación estaba oscura y en ella flotaba un aroma parecido al anís. No recordaba por qué estaba allí y menos quién me había encadenado los brazos al suelo. Sentí una descarga eléctrica recorrer parte de mi cuerpo, desde los brazos hasta la cabeza pasando por las alas.
Un enorme foco me alumbró directamente obligándome a entrecerrar los párpados y a apartar la mirada con brusquedad.
-Increíble –escuché la voz de un hombre detrás del foco-. Llevas más dos semanas aquí dentro y sigues viva.
Hubo una pausa acompañada de unos pasos que se dirigían hacia mí. Bajé la mirada con un leve gruñido.
-Pelo largo y blanco perfectamente liso –comenzó a describirme el hombre con un tono paternal que me producía náuseas-, uñas afiladas que pueden cortar cuellos, piernas delgadas pero con una fuerza impresionante, unas alas… ¡Preciosas! ¿Blancas, quizás? Yo diría que tienen un tono gris oscuro –sentí su mano recorrer mi ala derecha-. Eres un ángel perfecto.
Terminó arrancándome una pluma del ala. No pude evitar un pequeño quejido por el dolor. Las plumas del ángel son muy valiosas entre los humanos debido a su rareza y, según ellos, porque atribuyen poderes extraordinarios. Pobres ingenuos.
-¿No hablas? –pasó la pluma por mi rostro, obligándome a mirarle- Eres el ángel más bello que he visto en todos estos años y, sin duda, el que tiene las plumas más largas de todos.
Estiró el brazo para depositarla sobre una caja de cristal que sostenía otro hombre de mediana edad, calvo y con gafas de cristal grueso; desapareció enseguida en la oscuridad con la pluma. A continuación se arrodilló ante mí acercándose peligrosamente hacia mis labios.
-En dos días como mucho serás mía, ángel.
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