Tic, tac. Tic, tac. Tic, tac.
Algo comenzó a oprimirme el pecho cada
vez más y más. Me llevé las manos a las costillas y me coloqué de cuclillas
para poder respirar mejor. Sentía cómo los pulmones me ardían con cada bocanada
de aire y sentía cómo la sangre dejaba de circular por mis venas y arterias.
Tic, tac. Tic, tac. Tic, tac.
Caí hacia un lado y me quedé acostado
sobre el costado izquierdo; luego, sobre la espalda. Notaba la garganta y los
labios secos. Un sudor frío cubría mi frente.
El peso del pecho se extendía con rapidez
por mis extremidades y no pude evitar un gruñido. Me retorcía y me arañaba el
pecho con la intención de que aquel horrible dolor desapareciera. Me dolía todo
el cuerpo. Cada vez que me movía, parecía como si una capa de corteza invisible
sobre mi piel, de rompiera.
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