sábado, 28 de abril de 2012

Tic, tac

    Tic, tac. Tic, tac. Tic, tac. 
    Algo comenzó a oprimirme el pecho cada vez más y más. Me llevé las manos a las costillas y me coloqué de cuclillas para poder respirar mejor. Sentía cómo los pulmones me ardían con cada bocanada de aire y sentía cómo la sangre dejaba de circular por mis venas y arterias. 
    Tic, tac. Tic, tac. Tic, tac.
    Caí hacia un lado y me quedé acostado sobre el costado izquierdo; luego, sobre la espalda. Notaba la garganta y los labios secos. Un sudor frío cubría mi frente.
    El peso del pecho se extendía con rapidez por mis extremidades y no pude evitar un gruñido. Me retorcía y me arañaba el pecho con la intención de que aquel horrible dolor desapareciera. Me dolía todo el cuerpo. Cada vez que me movía, parecía como si una capa de corteza invisible sobre mi piel, de rompiera.

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