De vuelta en el pasillo de paredes rojizas, busco en mi bolso el móvil.
Me sobresalto al notar cómo alguien me agarra el brazo y tira de mí para darme la vuelta.
-Hola, preciosa.
Es el tipo de antes al que entregué mi pase VIP falso. Apesta a puro y muestra una hilera de dientes desteñidos al sonreír.
-¿Qué quiere? Déjeme -forcejeo con su mano, pero me aprieta tan fuerte que es inútil-. Me está haciendo daño. ¡Suélteme!
-¿Tú no tenías que enseñarme algo? -sonríe aún más y su aliento fétido me da náuseas.
Se inclina sobre mí y comienza a olerme el cuello después de agarrarme la otra mano. El bolso cae al suelo y algunas cosas ruedan por la alfombra. Me retuerzo con la mayor fuerza que me es posible. Intento no perder el equilibrio, no estoy acostumbrada a llevar tacones.
Grito. Pido ayuda. Pero nadie acude a mi llamada.
El corpulento hombre me da la vuelta y me coloca ambas manos a la espalda, inmovilizándome. Me duelen ambos brazos y los hombros por la brusquedad del movimiento. Le basta una mano para sujetarme ambas muñecas. Noto cómo me toca el pelo y recorre mi hombro derecho. Vuelvo a gritar, pero esta vez me tapa la boca.
-Será mejor que te estés callada, peciosa -me susurra-. A no ser que prefieres que hagamos esto por las malas.
Entonces, se me ocurre un plan. Relajo los brazos y respiro más despacio, haciéndole ver que estoy más calmada. La presión en mis muñecas disminuye. Me destapa la boca para volver a tocarme el pelo. Tengo unas ganas inmensas de vomitar y la cabeza me da vueltas.
Me libero de su mano y echo a correr por el pasillo. Apenas avanzo unos centímetros, pues me vuelve a agarrar por un brazo y tira de mí como si fuera una muñeca de trapo. Un jarrón cae al suelo, haciéndose añicos.
Chillo con todas mis ganas para que alguien me oiga, para que alguien me salve de este salvaje.
-Suéltala -se oye una voz.
El hombre me tira al suelo al ver a un joven acercarse por el pasillo. Caigo encima del jarrón roto, haciéndome varios cortes en los brazos.
-Lárgate de aquí, crío -gruñe el hombre.
El chico ríe brevemente y se detiene a pocos metros de nosotros.
-Deberías largarte tú -le advierte.
-¿Cómo! Apártate de mi vista o te haré pedazos, niño inmundo.
-Inténtalo -le desafía el chico, con una sonrisa en los labios.
El hombre ruge y se prepara para tirarse sobre él, pero no lo hace. Se queda quieto y, aunque no puedo verle la cara porque está de espaldas a mí, sé que está asustado. De pronto, como si le fuera la vida en ello, echa a correr en dirección contraria al chico.
-¿Estás bien? -me pregunta, arrodillándose ante mí para ayudarme a levantar.
-Creo que sí -agarro su mano y nos incorporamos lentamente.
-¿Puedes caminar?
Asiento con la cabeza, mirándome los cortes de las manos.
-¿Y correr? -recoge mi bolso y las cosas que se han caído al suelo.
-¿Qué?
-¿Puedes correr con tacones? -insiste.
-No, apenas me mantengo en ellos.
-¿Oyes eso?
-¿Oír el que?
Estoy algo confusa y asustada, pero puedo oír un ligero pitido intermitente.
-Vienen a por ti -concluye-. Tienes que salir de aquí.
-¿Quiénes? ¿Quién eres tú? ¿Quién era ese tipo? ¿Qué pasa aquí?
-Dentro de un rato te lo podré explicar todo, ángel.
-¿Ángel?
-¡Corre!
El chico tira de mí y empezamos a correr por el pasillo, en la misma dirección en la que se fue el hombre. No sé cómo consigo mantenerme encima de los tacones.
-¡Espera! -me suelto de su mano y me quito los tacones. No sé por qué corremos, pero siento que si no lo hacemos, algo nefasto pasará.
Llegamos a una puerta y aminoramos el paso. El chico se da la vuelta para comprobar si estoy bien y por fin me fijo en su cara: es el hijo del jefe de mi madre. ¿Acaso sabrá quién soy? ¿Sabrá que lo estoy espiando?
La puerta da al vestíbulo del teatro. Andamos con paso ligero. Intento taparme como puedo las heridas de los brazos, pero nadie nos mira; ni siquiera una mirada de reojo. Nada.
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