Salimos por la puerta principal tras bajar las escaleras y el pitido suena más seguidamente. Me cuesta respirar y me pesa la cabeza. Pero seguimos corriendo por callejones llenos de basura.
Por unos instantes, tengo miedo de fallar a mi madre y de no poder averiguar nada, pero luego me doy cuenta de que eso ahora no importa. Es entonces cuando nos detenemos al lado de un contenedor.
-Agáchate -me susurra.
El hedor es insoportable, tanto que me dan ganas de vomitar, pero obedezco y me coloco de rodillas sobre un cartón. A lo lejos puedo oír un aleteo, como el de un águila. También oigo pasos: alguien está corriendo. El pitido es casi inexistente lo que me relaja, aunque no sé por qué.
El chico extiende su chaqueta por mis hombros y es cuando me doy cuenta de que estoy tiritando del frío.
-Quédate aquí -susurra justo antes de alejarse hacia el principio del callejón.
Lo pierdo de vista y me asusto aún más. Sigo oyendo cómo alguien corre, pero no sé de qué dirección viene el sonido ni si esa persona está cerca o está lejos. Casi no puedo contener las arcadas.
-Tenemos que irnos de aquí -oigo de pronto y, aunque me sobresalto, enseguida descubro que es él.
Nos mezclamos entre la gente y caminamos de la mano. Tiene la piel suave y las manos calientes; puedo notar su corazón latir en ellas. Llegamos a un coche negro, no distingo la marca, pero parece un coche caro. Me siento en el asiento del copiloto y observo el interior: todo es de cuero y huele a limpio, el equipo de música parece como si nunca lo hubieran usado y del espejo retrovisor cuelga una cadena.
-¿Qué ha pasado? -me atrevo a preguntar, tras un largo rato de silencio.
No obtengo respuesta. El chico mira al frente y conduce con gesto serio.
-¿Puedo saber al menos tu nombre?
Ladea la cabeza, esbozando una sonrisa.
-¿Ni siquiera te sabes mi nombre? -pregunta, con un tono burlón.
-¿Por qué iba a tener que saberme tu nombre? -me hago la sorprendida- Eres tú el que me sacó de allí a toda prisa.
-Eres tú la que me espiaba -vuelve a sonreír, pero esta vez me mira a los ojos.
Noto cómo se encienden mis mejillas y vuelvo la vista hacia la ventanilla. Ya es bastante tarde y hay luna nueva, por lo que todo está oscuro. Vamos por una carretera secundaria, sin alumbrado en la calzada y no puedo distinguir hacia dónde vamos.
No sé cuánto tiempo pasa cuando aparcamos en una gasolinera. Él se baja del coche y saca algo del maletero.
-Ten -dice al abrir mi puerta-. Póntelos.
Miro sus manos y descubro mis zapatillas Converse negras.
-¿Por qué tienes eso en tu coche?
-Te espero dentro -los deja en el suelo y entra en la cafetería.
No entiendo nada. Estoy realmente confusa, pero agradezco abrigar mis pies con algo que no sean los tacones de mi hermana. Dejo la chaqueta en el asiento antes de cerrar la puerta. Corre una brisa otoñal nada agradable, así que me meto en la cafetería lo antes posible.
-Te he pedido patatas fritas y un sandwich mixto -me dice al sentarme a su lado.
En la barra hay dos vasos grandes de agua, uno de ellos con hielo. Es entonces cuando empiezo a asustarme. Patatas fritas, sandwich mixto, agua con hielo... Todo aquello me encantaba pero, ¿cómo podía saberlo él? Me siento a su lado y espero.
-¿Podemos sentarnos en la mesa del fondo, Marie? -pregunta con un tono extrañamente adorable que me eriza la piel. La camarera es una mujer cuarentona de color, su cuerpo es grueso y está tapado por un desgastado delantal beige.
-Tú puedes sentarte donde quieras -sonríe ella, guiñándole un ojo.
-Gracias, preciosa -se inclina sobre la barra y besa su mejilla antes de coger los vasos y dirigirse a la mesa.- ¿Vienes? ¿O tengo que arrastrarte? -añade, mirándome con una sonrisa de oreja a oreja.
Me bajo del taburete, algo aturdida. No tardan en traernos la comida. Él comienza a devorar su sandwich de huevo y bacon sin mediar palabra. Mis tripas rugen e intento acallar su sonido comiendo unas patatas fritas.
-¿A dónde vamos? -pregunto y bebo un sorbo de agua.
-Pronto volveremos a tu casa.
-Pero este lugar no me suena de nada. Debemos estar muy lejos.
Se limita a negar con la cabeza, pegando otro bocado al sandwich,
Cuando termina de comer, se levanta y salta detrás de la barra, lo que me deja patidifusa, ya que está bastante alta.
-En cuanto acabes ve al coche, princesa -me grita antes de meterse a la cocina.
Apuro los últimos tragos del vaso y me cobijo en el vehículo. Él no tarda en llegar.
-Si estás tan cansada, échate en la parte de atrás -dice y me aparta un mechón de la cara.
Balbuceo cosas sin sentido y no estoy segura de si es porque realmente estoy cansada y él lo averiguó o por su tacto. En cualquier caso, me quedo quieta, esperando a que arranque el motor.
Cuando vuelvo a abrir los ojos, estoy tumbada en mi cama y la luz del sol se cuela por mi ventana. Me incorporo con lentitud. Sigo llevando el vestido y las zapatillas están tiradas en la alfombra.
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