lunes, 29 de agosto de 2011

El hijo del jefe

Me había vestido con mis mejores galas y, aún así, no daba la talla en aquel lugar lleno de gente rica y poderosa. Intentando no caerme de los tacones, avancé por un lateral de la circular sala hasta llegar a las escaleras. Una sonrisa mil veces ensayada se dibujó en mi rostro en cuanto entregué mi pase VIP a un corpulento hombre de mediana edad.
-Identidad, por favor -dijo tras unos instantes de duda.
Mierda. Temía que esto pasara. Mi pase VIP era totalmente falso y no tenía una identidad que confirmara lo contrario. Con un rápido juego de
muñecas, me pelo se deslizó hacia atrás, dejando al descubierto la parte superior del vestio. Era un palabra de honor blanco con un cinturón negro, ajuego con el bolso y los zapatos. Los ojos del segurita observaron cada centímetro de lo visible.
-Ahora mismo no llevo mi identificación encima. Si quieres te la entrego luego, después de la fiesta.
Para contener las náuseas y mi cara de asqueo, t
erminé guiñándole un ojo ladeando la cabeza. Le dediqué otra sonrisa ensayada en cuanto descolgó la cinta de terciopelo que me evitaba el paso.
Subiendo las escaleras a paso ligero, agradecí en m
i mente el sujetador de relleno descomunal y los kilos de maquillaje que me aconsejó mi hermana para estos casos.
Avancé por un pasillo con las paredes desnudas y de un tono rojizo hasta llegar a una puerta cerrada. Tras comprobar que no hay nadie a la vista, abro con cuidado. Una vez dentro, un acomodador me pide de nuevo el pase VIP para dirigirme a mi asiento. En la sala hay en total veinte filas, todas numeradas y en cada fila hay diez asientos que parecen realmente cómodos. El escenario ocupa casi la mitad de la sala y consiste de un telón rojo y una gran tarima de madera.
Ya sentada, me preguntó qué espectáculo tendré que soportar durante casi tres horas. Y entonces es cuando recuerdo el porqué de todo esto:
sonsacar información al hijo del jefe de mi madre. Al parecer trabajaban en un proyecto peliagudo y mi madre necesitaba saber más de aquello.
Acariciándome la mejilla izquierda con dos dedos para disimular, giré la cabeza ligeramente hacia el mismo lado. Unas siete personas más allá, estaba él. Vestido con esmoquin gris antracita y con el pelo revuelto, un chico de unos veinte años se mordía el labio inferior, como impaciente a que empezara el espectáculo. Él era mi objetivo.
Las luces se atenuaron, dando el comienzo de la función. Cruzando las piernas, me enderecé en mi asiento a tiempo para ver los primeros personajes salir al escenario. En cuanto unas voces estridentes retumbaron en mis oídos, supuse que era una ópera; así que me acomodé mejor y dejé pasar el tiempo.

Cuando quise darme cuenta, ya habían pasado casi dos horas: me había quedado embobada viendo el espectáculo. Al volver la cabeza, mi corazón se descontroló por completo: el chico no estaba. Busqué sus grises ojos entre la gente de mi alrededor, pero sin éxito alguno.
-Disculpe -susurré a la señora que estaba a mi lado-. Perdone que la moleste pero, ¿ha visto cuándo y a dónde se ha ido el muchacho de ahí?
Mis esperanzas se desvanecieron en cuanto negó frunciendo el ceño. Con un suspiro, me levanté para dirigirme de nuevo a la salida.

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