Había empezado a llover cuando llevaban rato en silencio dentro del coche. La respiración agitada de él y los quejidos de ella rompían, junto con el choque de las gotas de lluvia en el cristal, el silencio. Con torpeza, ella abrió la puerta del coche y caminó hacia el porche de la vieja casa.
-Te quiero -oyó antes de llegar a la puerta. Se detuvo para darse la vuelta-. Prefiero huir y vivir contigo a observarte desde el cielo y no poder tenerte nunca.
Las lágrimas volvieron a adornar sus blancas mejillas. Él, rápidamente, corrió a su lado y le secó la cara con un dedo. Besó con sumo cuidado una pequeña brecha que tenía ella en la ceja.
-No puedes estar conmigo -trartamudeó ella aferrándose a su camisa-. Por mi culpa los ángeles están furiosos contigo... Te matarán si renuncias a tus alas. Debes irte cuanto ant...
Un beso le impidió terminar.
-Siempre serás mía -murmuró él en su pelo-. Siempre.
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