La tarde había comenzado perfecta. No supo en qué momento todo se fue a la mierda... Quizás fue cuando él se quedó dormido, cuando llegó otra chica o cuando vio el primer beso.
Nada le hacía pensar que se iba a estar más de tres horas sola, sin el protector y cálido abrazo de él ante las miradas ajenas de los demás.
No pudo evitar dejar caer una lágrima mientras él la miraba y le guiñaba un ojo para, acto seguido, besar a la chica que tenía en brazos. Ni en ese momento ni hasta que acabó la noche, supo por qué lloraba exactamente, pero echó a andar hacia otro lado, lejos de él. Oía cómo alguien la llamaba desde lo lejos, pero no reconoció la voz y, por un momento, pensó que era él. Se dio la vuelta con gran ilusión, pero las lágrimas volvieron a invadir sus ojos al ver que no era él. Al menos le reconfortó el abrazo de su amigo y la preocupación que brillaba en sus ojos.
Los instantes siguientes fueron mejorando su actitud: amigos con los que apenas se hablaba, llegaron a sacarle una sonrisa desde el corazón.
Solo, gracias a ellos, ella pudo olvidarse de la horrorosa tarde que había pasado.
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