No es un dolor normal. No es como si te cayeras al suelo y te rasparas las rodillas. No… Ojalá fuera un dolor así.
Es un dolor interno, que nada puede aliviarlo, pero la más mínima cosa puede empeorarlo.
Esas palabras que entran en mis oídos cada mañana, aumentan el dolor; al igual que esas risas, esas miradas de desprecio, esas caras de asco…
Hay algo que me repite cada día lo inútil que soy, callando de este modo, a la otra vocecita que me da la enhorabuena cuando hago algo bien, cuando voy por el camino correcto.
Deseo morir en este mismo instante, dejar que mi último aliento escape vacilante de mis labios y caer contra en frío suelo, cerrar los ojos lentamente y sentir cómo el dolor se va para no volver.
Deseo no convertirme en mis propios fallos.
Deseo dejar se sufrir y volver a ser quién era
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