Había sido una noche muy larga. El cielo estaba nublado y la habitación totalmente a oscuras, cuando intenté por enésima vez dormirme. Sentía los latidos del corazón retumbar en mi cabeza, la nariz me escocía de tanto sonarme y parpadear se me hacía imposible del dolor que sentía.
De repente, escuché el vibrar de mi móvil y, alargando un brazo fuera de las sábanas, contesté a la llamada.
-¿Sí?
-¿Estás mejor? -susurró al otro lado del teléfono mi mejor amigo.
Hubo un silencio por parte de los dos.
-¿Estás en tu cuarto? -oí tras varios minutos.
-Sí, en la cama acostada con un paquete de pañuelos al lado.
-No te asustes.
El ventanal se abrió de pronto para dar paso a un chico blanco como la nieve y rubio alemán.
Me levanté enseguida para fundirme en un abrazo con él sin poder evitar volver a llorar.
Ambos nos acostamos en mi cama.
-Te he traído una cosa -me comunicó sacando del bolsillo un papel doblado y cinta adhesiva-. ¿Recuerdas esta foto? Nos la hicimos hace tres años, cuando nos conocimos en aquel parque de atracciones.
Pegó la foto en el somier de la litera superior.
-Quiero que vuelvas a sonreír como ese día -me susurró al oído con mucho cariño-. Ese día no te importaba lo que dijera ni lo que hiciera nadie. Yo quiero ver a esa chica, no a la chica que está triste por los comentarios de gente.
Besó mi frente y volvió a sacar otro papel de su bolsillo, repitiendo la misma acción que antes. Esta vez, era una foto de una báscula y había un espacio en blanco justo encima. Acto seguido, él sacó un permanente para escribir: Tú eres más importante que este número.
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